“Tú siempre hueles a papas fritas, Putter. No lo puedo soportar más.”
“Dame unos minutos, Nat. Tomaré una ducha.”
“No tiene importancia si tú te duchas papi. Está en tus poros o algo así. Cuando sales de la ducha, hueles como esencia Axe con papas fritas. No mejora en nada.”
“Me escobillaré, lo haré, haré… lo que llaman… voy a… exfornicar.”
Natalie sonríe. “Exfoliar. Mira, yo te amo. Solo que no puedo soportar en este momento ese olor. Toma unos pocos días de permiso, olerás bien nuevamente. Llámame.”
Con eso, ella se fue.
Eli, el amigo de Putter vino con la idea de robar barriles de aceite usado de los restoranes. Putter tuvo que admitir que era buen dinero aunque el hacerlo lo dejaba oliendo mal y no podía entender por qué la gente quería comprar eso. Algo así como combustible biodiesel. Eli dijo que incluso los jets podían usarlo. Una locura de mierda.
¿Pero si el efecto colateral era no conseguir nada de su chica? Ningún dinero valía la pena.
Aunque… eran cerca de las 11 del domingo en la noche en el Condado de Lebanon, área rural de Pensilvania, significa que todos los restoranes están cerrados. Quizás un último golpe antes de que el encuentre un trabajo sin malos olores para ganar algún dinero.
Putter agarró su celular y marcó. “¿Eli? Hola, soy yo…”
***
Resultó ser una gran noche, una docena de barriles de siete restoranes… todos llenos con aceite lo suficiente limpio para ganar algún dinero. Posiblemente un total de un par de miles de dólares.
“La Fortuna está solo a un día de distancia,” Dijo Eli mientras metían el último barril en el camioncito blanco, una bestia de vehículo que compró originalmente para algo que resultó en un fallido intento de un negocio legal de mudanzas.
Con su linterna de baterías, Putter se subió en la parte de atrás donde su trabajo era el asegurarse que ningún barril se vuelque. Eli bajó la puerta pero la dejó sin cerrojo, siempre lo hacía, para que Putter no sufra sobresaltos.
Minutos más tarde, Putter escuchó algo que sonaba como una sirena de la policía. Eli estacionó el camioncito en la berma del camino.
Golpeando su puño en la pared metálica detrás de la cabeza de Eli, Putter gritó, “¿Qué demonios? ¿Ese es un policía?”
Eli le contestó, “¡No te asustes! Yo manejaré esto.”
Putter entró en pánico.
Él estuvo preso una vez, solo unos meses, pero el tiempo suficiente para saber que no podría soportarlo nuevamente. No podía controlar su miedo.
“Mierda, mierda, mierda,” el murmuró, “Mierda.”
Apagó la linterna y trató de no hacer ningún ruido.
***
El oficial Bill Evans se acercó al lado de la puerta del conductor. “Licencia y registración por favor.”
“Por supuesto oficial. Los tengo aquí.” Evans estaba seguro que el conductor estaba luchando por mantener una voz calmada.
“¿Qué hay en la parte de atrás del vehículo?”
“Está…está vacío.” El conductor le entregó los documentos.
“Manténganse aquí,” dijo Evans.
Caminando de regreso a su patrullero, sabía que tenía algo para el detective jefe del condado. Aparentemente algunos inmaduros habían estado robando aceite de cocinar usado de los restoranes. El departamento de policía local había sido notificado a comienzos de semana de la búsqueda de un camioncito de reparto sin marcas, probablemente oliendo a papas fritas. Este vehículo apestaba.
Un ruido rítmico desde dentro del camioncito llamó la atención de Evans. El golpeó en la puerta de atrás, gritando, “¡Policía! ¿Quién está ahí?
***
Silencio súbito. Putter se dio cuenta que se había delatado con el golpeteo de sus pies en el piso. Su cuerpo se puso tenso. “Mierda,” Murmura.
El policía golpea la puerta nuevamente.
“¡Estoy abriendo la puerta! Quien sea que esté dentro, quiero ver sus manos levantadas!”
Putter se dice asimismo, “No puedo volver, no puedo…”
El sabía que tenía que correr, por lo menos darse una oportunidad de escapar. Se agachó en la oscuridad, listo para correr.
Tan pronto la puerta empezó a enrollarse hacia arriba, Putter corrió hacia adelante. Su rodilla se estrelló con un barril., entonces el perdió el equilibrio y golpeó con su cabeza otro barril. Mareado, cayó en el piso cuando un segundo barril se ladeó encima, derramando sobre él 55 galones de aceite usado de cocinar.
“Ah, maldición,” dijo Putter, perdiendo la conciencia. “Nunca más volveré a tener sexo.”
***
“Fortune” was originally published in English by Shotgun Honey and appears in Otto Penzler’s KWIK KRIMES anthology. Translation by Francisco Sainz de la Peña, Global Education Consulting Group, LLC.
© 2013 Erik Arneson